Favelas, guetos, campamentos, villas miserias, chabolas... y la lista sigue.
Ya sabemos que la demanda habitacional en nuestras ciudades continuará creciendo, quizás indefinidamente, y en 2050 más de dos tercios del planeta vivirá en ellas. Con eso en mente, ¿será tiempo de repensar cómo nos referimos a las diferentes de urbanización?
Es evidente la connotación negativa que tiene la palabra favela y todos sus equivalentes en español —no es casualidad que tengamos tantos sinónimos en Latinoamérica—, pero más allá de eso, el término es inadecuado.
Al utilizar términos genéricos para problemáticas reales que crean y propagan asentamientos informales, nos perdemos la oportunidad de determinar con precisión los problemas específicos de cada ciudad, población e incluso las particularidades de legislación que causan o prevén cambios.
En ArchDaily hemos utilizado favela (tanto en español como en portugués) y slum (en inglés) en la forma en que queremos cuestionar aquí. Pero, ¿será momento de reconsiderar cómo hablamos sobre nuestros asentamientos? Muchos arquitectos y arquitectas han volcado su atención en las favelas con buenas intenciones, a través de profundas investigaciones y proponiendo nuevas ideas. Pero, ¿estas ideas constructivas serán capaces de ofrecer una solución cuando la conversación comienza con un término despectivo e impreciso?
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